Ruta Tesoros de La Bureba
Floración de los almendros en Poza de la Sal
Tras disfrutar con los almendros floridos, se puede aprovechar el viaje hasta Poza de la Sal para conocer de primera mano buena parte de La Bureba.
Una atractiva comarca de límites bien definidos, con unos bellos y humanizados paisajes salpicados de pequeños pueblos repletos de historia, arte y patrimonio rural.
DATOS PRÁCTICOS RUTA EN COCHE
Inicio del recorrido: Poza de la Sal
Kilómetros: 133 kilómetros
Duración: El recorrido se puede hacer en una sola jornada, aunque es mucho mejor si se planifica para dos días, pernoctando en algún establecimiento de la zona.
Época recomendada: Finales de febrero y principios de marzo.
Poza de la Sal
Y vamos a comenzar por el principio. Poza de la Sal ya muestra, desde la distancia, su personalísimo perfil de villa medieval recostada bajo la protección de un escarpado y desafiante peñasco calizo. El origen de la población hay que buscarlo en la explotación de la sal de sus antiguas salinas. Celtibérica, romana —las excavaciones arqueológicas han confirmado su identificación con la ciudad de Flaviaugusta— y medieval, fue lugar de repoblación en el siglo IX.
Su escalonado caserío se refugia a la sombra de una espectacular fortaleza que se erigió para el control de sus importantes salinas. El castillo actual es del siglo XIV y su planta, estrecha y alargada, está perfectamente adaptada a la cresta rocosa sobre la que se asienta.
Es una de las fortalezas más espectaculares de las que todavía se alzan en la amplia geografía burgalesa. El castillo está siempre abierto y se puede visitar por libre.
En Poza de la Sal, que pertenece al selecto club de los “Pueblos Más Bonitos de España”, además de las estrechas y empedradas calles y de las casas con entramados, destaca la iglesia gótica de San Cosme y San Damián, con su monumental portada de estilo barroco. También hay que visitar el Ayuntamiento, las puertas de la muralla, el edificio de la Casa de Administración de las Reales Salinas —en el que se aloja el Centro de Interpretación de las Salinas—, las fuentes y abrevaderos del barrio de San Blas y el importante conjunto de las salinas.
Poza de la Sal, auténtico balcón de La Bureba, celebra todos los inviernos la ancestral danza del Escarrete.El diapiro de Poza es una de las estructuras geomorfológicas más singulares de Burgos. Con forma circular y semejante a un gran cráter de más de dos kilómetros de diámetro, constituye la chimenea por la que han aflorado a la superficie los materiales salobres explotados en las antiguas salinas.A diferencia de otras salinas en las que la sal brotaba disuelta en el agua de los manantiales, en Poza era necesario extraerla de sus vetas subterráneas excavando profundos pozos —conocidos como cañas— y galerías, en los que se inyectaba el agua que regresaba a la superficie convertida en salmuera.
Posteriormente, esta salmuera se extendía para su cristalización mediante una complicada y extensa red de finos canales labrados en madera de pino, en unas superficies planas y rectangulares llamadas eras.
En muchos casos, para salvar los pronunciados desniveles del estrecho valle, las eras se levantaban aterrazadas sobre pilares de madera alineados. El sol y el viento del verano burgalés completaban el trabajo de los esforzados salineros.
Flotar en las salinas
En las salinas de Poza de la Sal se puede disfrutar de una experiencia única. En las pozas donde se embalsaba la salmuera antes de ser distribuida por las eras, la concentración de sal es tan elevada que es imposible hundirse en el agua, igual que si se estuviera bañando en el Mar Muerto. También llama la atención el color rosado del agua, producido por la abundancia de un minúsculo crustáceo, la Artemia salina, exclusivo de las aguas salobres.
Desde Poza de la Sal, pasando por Cornudilla, enseguida se alcanza Hermosilla. En lo alto del cerro que preside el pueblo y el inmediato discurrir del río Oca se alza la iglesia parroquial de Santa Cecilia, que conserva uno de los ábsides románicos más bellos e interesantes de la provincia de Burgos. Dentro del atrio de la iglesia de Hermosilla, delimitado por un murete de sillarejo, que además sirve de contención del empinado terreno, se descubre un centenario y retorcido moral (Morus nigra). Este árbol, que por su longevidad era un símbolo de la eternidad del cristianismo, se plantaba junto a la cabecera del templo el mismo día de la consagración. Por lo tanto, estamos hablando de un ejemplar que ha sobrevivido la friolera de 900 años.
Piérnigas
Con los inconfundibles relieves de los Montes Obarenes a la espalda, una serie de carreteras locales atraviesa un suave paisaje en el que se alternan los fértiles campos de labor con llamativos bosquetes de encina y quejigo, hasta llegar a la siguiente etapa del recorrido: la localidad de Piérnigas. A poco más de un kilómetro del pueblo se descubre la ermita de San Martín. Además de por su aislamiento, este original templo románico, fechado entre finales del siglo XII y principios de la siguiente centuria, llama la atención por la pureza y sobriedad de su arquitectura y por la total ausencia de cualquier elemento escultórico o decorativo.
Santuario
de Santa Casilda
Desde Piérnigas la ruta enfila hacia la carretera CL-632 y el señalizado cruce hacia Revillalcón, Salinillas de Bureba y Santa Casilda.
Poco a poco, la carretera inicia el ascenso al risco calcáreo —desde el que se divisa buena parte de la comarca— sobre el que se asienta el santuario burebano.
En este venerado y mágico lugar se guarda con celo la leyenda de una rubia y enferma princesa musulmana, hija del rey de Toledo, Almamún, que acudió a estos solitarios parajes del reino de Castilla allá por el siglo XI, atraída por la fama de unos lagos de aguas milagrosas y curativas.
El renombre de los lagos de San Vicente, que así se llamaban estas milagrosas aguas burebanas, fue creciendo y, con el paso de los siglos, se convirtieron en un concurrido lugar de peregrinación al que acudían las gentes atraídas por la fama taumatúrgica, relacionada con la fertilidad, de la singular santa de origen bereber.
La fama de Santa Casilda propició que se acercaran hasta el corazón de La Bureba miles y miles de devotos, sobre todo mujeres, deseosos de obtener descendencia. Incluso llegó al lugar, con esa intención, la mismísima Isabel la Católica.
En el siglo XVI se levantó un santuario en el que sobresale una capilla renacentista de tres naves. En su interior se conserva la imagen recostada de la santa sobre su sepulcro. El conjunto escultórico destaca por su belleza y acertada composición y surgió de las manos de un genial artista: Diego de Siloé.
El santuario de Santa Casilda también es conocido por su famosa y concurrida fiesta de La Tabera.
Camino de Valdazo
Para continuar la ruta hay que acercarse hasta Briviesca y enlazar con el camino asfaltado que lleva hasta Valdazo, un pueblo que conserva una interesante arquitectura popular, con casas de entramados rellenos con adobes y sillarejos, sobre las que se alza una iglesia de estilo tardorrománico. Bajo la advocación de San Pelayo, consta de nave única, cabecera semicircular y una esbelta torre levantada en el tramo más oriental de la nave. La abocinada portada está protegida por un amplio pórtico gótico de tres tramos.
El dolmen de Reinoso
El carreteril continúa al encuentro de Reinoso. Justo a la salida del pueblo hay que prestar atención a la pista que, a mano izquierda, permite llegar hasta un señalado enclave arqueológico: el dolmen de El Pendón. Gracias a las excavaciones dirigidas por el arqueólogo Manuel Rojo sabemos que este sepulcro megalítico, con más de 5.500 años, es un referente para conocer esa lejana época. El dolmen, uno de los más grandes en su género, cumplió con su función de sepulcro colectivo hasta que fue transformado en un singular lugar ceremonial para practicar ancestrales rituales que incluso incluían el canibalismo. También fue una marcada referencia visual del territorio.
Ermita de Rodilla
Tras incorporarse a la N-I con dirección a Burgos, la ruta prosigue al encuentro de Monasterio de Rodilla. Al llegar a un enclave en el que las rocas se encrespan y brota un caudaloso manantial sombreado por altivos chopos, se localiza la famosa ermita de Nuestra Señora del Valle. La elegante y sobria iglesia muestra algunos de los elementos más típicos del románico burgalés: nave única, cúpula y torre cuadrada sobre el incipiente crucero y ábside semicircular en la cabecera.
Merece la pena ascender por una estrecha pista asfaltada que acaba en un aparcamiento desde el que parte un cómodo sendero que conduce hasta las inmediaciones del milenario castillo de Rodilla.
El Valle de las Navas
En las inmediaciones de Temiño hay que desviarse por el ramal que se dirige hacia Tobes. Este último pueblo, que cuenta con una de las más antiguas iglesias románicas de la comarca, es la mejor entrada a un singular enclave paisajístico conocido como la “Arizona burgalesa”.
La erosión producida por los ríos, arroyos y torrentes que forman la cabecera del río Homino, y la alternancia de litologías de distinta dureza, son los principales responsables del relieve de cerros testigo, laderas, cárcavas, barrancos, glacis y terrazas que caracterizan la extraordinaria personalidad y colorido de este paisaje burgalés.
Románico a la vista
De regreso, en dirección a Poza de la Sal, y en Carcedo de Bureba, es obligatorio parar para admirar, presidiendo la localidad, una de las joyas del románico rural de la comarca.
La fábrica de la iglesia de Santa Eulalia nos habla de un templo de finales del siglo XII, con una estructura frecuente en el románico rural burgalés: nave única con presbiterio recto, ábside semicircular y espadaña a los pies. En la cabecera llama la atención el empleo de sillares de dos colores. La intencionada alternancia de unos bien labrados bloques de arenisca rojiza con otros más claros le otorga cierto toque exótico.
Castil de Lences
Merece la pena detener el vehículo a la entrada de Lences para poder acceder al pueblo cruzando el puente medieval, de elegante lomo de asno, que salva el modesto río de las Campanas. Enseguida se alcanza la iglesia de Santa Eugenia, que conserva una amplia portada románica con cinco arquivoltas decoradas con motivos geométricos, vegetales y zoomórficos.
La tranquila carretera discurre alternando las zonas boscosas con los campos de labor. Entre estos últimos se pueden ver algunos de los últimos viñedos de La Bureba, un territorio que antaño fue una importante zona vitivinícola.
Enseguida se alcanza, protegido de los vientos del norte por las primeras estribaciones del páramo, Castil de Lences. Este pueblo, uno de los que mejor ha conservado su trazado y su arquitectura popular en toda la comarca, guarda con mimo dos verdaderos tesoros de espiritualidad, historia y arte: el convento de monjas clarisas de La Asunción y la iglesia románica de Santa María. Lo primero que llama la atención es la abundante agua que corre por los canales que alimentaban los molinos de la localidad. Procede de un caudaloso arroyo que antes riega las huertas del convento de las clarisas.
Las construcciones del monasterio, protegidas por una recia muralla de piedra, presiden el conjunto del pueblo y aparecen perfectamente integradas en su caserío. El convento de Nuestra Señora de La Asunción fue fundado en el año 1282 por mandato de doña Sancha de Rojas y Velasco. A pesar de su aparente modestia, guarda en su interior varios y valiosos elementos artísticos y monumentales.
A un paso se alza la otra joya de la localidad: la iglesia románica de Santa María. Fechada en el siglo XII, consta de una sola nave, con añadidos posteriores, y cabecera con ábside semicircular. Una de las sorpresas del templo es su original pila bautismal románica, de copa cuadrada y con una sencilla decoración de incisiones geométricas.
Antes de partir de Castil de Lences hacia Poza de la Sal se puede visitar el Santuario de Manalagua, donde brota el arroyo que atraviesa el pueblo y se venera a la Virgen de Manalagua. En este sagrado enclave ya practicaban sus ritos, hace unos dos mil cien años, los pobladores celtíberos de la comarca.
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DATOS PRÁCTICOS RUTA EN COCHE
Inicio del recorrido: Poza de la Sal
Kilómetros: 133 kilómetros
Duración: El recorrido se puede hacer en una sola jornada, aunque es mucho mejor si se planifica para dos días, pernoctando en algún establecimiento de la zona.
Época recomendada: Finales de febrero y principios de marzo.
Poza de la Sal
Y vamos a comenzar por el principio. Poza de la Sal ya muestra, desde la distancia, su personalísimo perfil de villa medieval recostada bajo la protección de un escarpado y desafiante peñasco calizo. El origen de la población hay que buscarlo en la explotación de la sal de sus antiguas salinas. Celtibérica, romana —las excavaciones arqueológicas han confirmado su identificación con la ciudad de Flaviaugusta— y medieval, fue lugar de repoblación en el siglo IX.
Su escalonado caserío se refugia a la sombra de una espectacular fortaleza que se erigió para el control de sus importantes salinas. El castillo actual es del siglo XIV y su planta, estrecha y alargada, está perfectamente adaptada a la cresta rocosa sobre la que se asienta.
Es una de las fortalezas más espectaculares de las que todavía se alzan en la amplia geografía burgalesa. El castillo está siempre abierto y se puede visitar por libre.
En Poza de la Sal, que pertenece al selecto club de los “Pueblos Más Bonitos de España”, además de las estrechas y empedradas calles y de las casas con entramados, destaca la iglesia gótica de San Cosme y San Damián, con su monumental portada de estilo barroco. También hay que visitar el Ayuntamiento, las puertas de la muralla, el edificio de la Casa de Administración de las Reales Salinas —en el que se aloja el Centro de Interpretación de las Salinas—, las fuentes y abrevaderos del barrio de San Blas y el importante conjunto de las salinas.
Poza de la Sal, auténtico balcón de La Bureba, celebra todos los inviernos la ancestral danza del Escarrete.El diapiro de Poza es una de las estructuras geomorfológicas más singulares de Burgos. Con forma circular y semejante a un gran cráter de más de dos kilómetros de diámetro, constituye la chimenea por la que han aflorado a la superficie los materiales salobres explotados en las antiguas salinas.A diferencia de otras salinas en las que la sal brotaba disuelta en el agua de los manantiales, en Poza era necesario extraerla de sus vetas subterráneas excavando profundos pozos —conocidos como cañas— y galerías, en los que se inyectaba el agua que regresaba a la superficie convertida en salmuera.
Posteriormente, esta salmuera se extendía para su cristalización mediante una complicada y extensa red de finos canales labrados en madera de pino, en unas superficies planas y rectangulares llamadas eras.
En muchos casos, para salvar los pronunciados desniveles del estrecho valle, las eras se levantaban aterrazadas sobre pilares de madera alineados. El sol y el viento del verano burgalés completaban el trabajo de los esforzados salineros.
Flotar en las salinas
En las salinas de Poza de la Sal se puede disfrutar de una experiencia única. En las pozas donde se embalsaba la salmuera antes de ser distribuida por las eras, la concentración de sal es tan elevada que es imposible hundirse en el agua, igual que si se estuviera bañando en el Mar Muerto. También llama la atención el color rosado del agua, producido por la abundancia de un minúsculo crustáceo, la Artemia salina, exclusivo de las aguas salobres.
Desde Poza de la Sal, pasando por Cornudilla, enseguida se alcanza Hermosilla. En lo alto del cerro que preside el pueblo y el inmediato discurrir del río Oca se alza la iglesia parroquial de Santa Cecilia, que conserva uno de los ábsides románicos más bellos e interesantes de la provincia de Burgos. Dentro del atrio de la iglesia de Hermosilla, delimitado por un murete de sillarejo, que además sirve de contención del empinado terreno, se descubre un centenario y retorcido moral (Morus nigra). Este árbol, que por su longevidad era un símbolo de la eternidad del cristianismo, se plantaba junto a la cabecera del templo el mismo día de la consagración. Por lo tanto, estamos hablando de un ejemplar que ha sobrevivido la friolera de 900 años.
Piérnigas
Con los inconfundibles relieves de los Montes Obarenes a la espalda, una serie de carreteras locales atraviesa un suave paisaje en el que se alternan los fértiles campos de labor con llamativos bosquetes de encina y quejigo, hasta llegar a la siguiente etapa del recorrido: la localidad de Piérnigas. A poco más de un kilómetro del pueblo se descubre la ermita de San Martín. Además de por su aislamiento, este original templo románico, fechado entre finales del siglo XII y principios de la siguiente centuria, llama la atención por la pureza y sobriedad de su arquitectura y por la total ausencia de cualquier elemento escultórico o decorativo.
Santuario
de Santa Casilda
Desde Piérnigas la ruta enfila hacia la carretera CL-632 y el señalizado cruce hacia Revillalcón, Salinillas de Bureba y Santa Casilda.
Poco a poco, la carretera inicia el ascenso al risco calcáreo —desde el que se divisa buena parte de la comarca— sobre el que se asienta el santuario burebano.
En este venerado y mágico lugar se guarda con celo la leyenda de una rubia y enferma princesa musulmana, hija del rey de Toledo, Almamún, que acudió a estos solitarios parajes del reino de Castilla allá por el siglo XI, atraída por la fama de unos lagos de aguas milagrosas y curativas.
El renombre de los lagos de San Vicente, que así se llamaban estas milagrosas aguas burebanas, fue creciendo y, con el paso de los siglos, se convirtieron en un concurrido lugar de peregrinación al que acudían las gentes atraídas por la fama taumatúrgica, relacionada con la fertilidad, de la singular santa de origen bereber.
La fama de Santa Casilda propició que se acercaran hasta el corazón de La Bureba miles y miles de devotos, sobre todo mujeres, deseosos de obtener descendencia. Incluso llegó al lugar, con esa intención, la mismísima Isabel la Católica.
En el siglo XVI se levantó un santuario en el que sobresale una capilla renacentista de tres naves. En su interior se conserva la imagen recostada de la santa sobre su sepulcro. El conjunto escultórico destaca por su belleza y acertada composición y surgió de las manos de un genial artista: Diego de Siloé.
El santuario de Santa Casilda también es conocido por su famosa y concurrida fiesta de La Tabera.
Camino de Valdazo
Para continuar la ruta hay que acercarse hasta Briviesca y enlazar con el camino asfaltado que lleva hasta Valdazo, un pueblo que conserva una interesante arquitectura popular, con casas de entramados rellenos con adobes y sillarejos, sobre las que se alza una iglesia de estilo tardorrománico. Bajo la advocación de San Pelayo, consta de nave única, cabecera semicircular y una esbelta torre levantada en el tramo más oriental de la nave. La abocinada portada está protegida por un amplio pórtico gótico de tres tramos.
El dolmen de Reinoso
El carreteril continúa al encuentro de Reinoso. Justo a la salida del pueblo hay que prestar atención a la pista que, a mano izquierda, permite llegar hasta un señalado enclave arqueológico: el dolmen de El Pendón. Gracias a las excavaciones dirigidas por el arqueólogo Manuel Rojo sabemos que este sepulcro megalítico, con más de 5.500 años, es un referente para conocer esa lejana época. El dolmen, uno de los más grandes en su género, cumplió con su función de sepulcro colectivo hasta que fue transformado en un singular lugar ceremonial para practicar ancestrales rituales que incluso incluían el canibalismo. También fue una marcada referencia visual del territorio.
Ermita de Rodilla
Tras incorporarse a la N-I con dirección a Burgos, la ruta prosigue al encuentro de Monasterio de Rodilla. Al llegar a un enclave en el que las rocas se encrespan y brota un caudaloso manantial sombreado por altivos chopos, se localiza la famosa ermita de Nuestra Señora del Valle. La elegante y sobria iglesia muestra algunos de los elementos más típicos del románico burgalés: nave única, cúpula y torre cuadrada sobre el incipiente crucero y ábside semicircular en la cabecera.
Merece la pena ascender por una estrecha pista asfaltada que acaba en un aparcamiento desde el que parte un cómodo sendero que conduce hasta las inmediaciones del milenario castillo de Rodilla.
El Valle de las Navas
En las inmediaciones de Temiño hay que desviarse por el ramal que se dirige hacia Tobes. Este último pueblo, que cuenta con una de las más antiguas iglesias románicas de la comarca, es la mejor entrada a un singular enclave paisajístico conocido como la “Arizona burgalesa”.
La erosión producida por los ríos, arroyos y torrentes que forman la cabecera del río Homino, y la alternancia de litologías de distinta dureza, son los principales responsables del relieve de cerros testigo, laderas, cárcavas, barrancos, glacis y terrazas que caracterizan la extraordinaria personalidad y colorido de este paisaje burgalés.
Románico a la vista
De regreso, en dirección a Poza de la Sal, y en Carcedo de Bureba, es obligatorio parar para admirar, presidiendo la localidad, una de las joyas del románico rural de la comarca.
La fábrica de la iglesia de Santa Eulalia nos habla de un templo de finales del siglo XII, con una estructura frecuente en el románico rural burgalés: nave única con presbiterio recto, ábside semicircular y espadaña a los pies. En la cabecera llama la atención el empleo de sillares de dos colores. La intencionada alternancia de unos bien labrados bloques de arenisca rojiza con otros más claros le otorga cierto toque exótico.
Castil de Lences
Merece la pena detener el vehículo a la entrada de Lences para poder acceder al pueblo cruzando el puente medieval, de elegante lomo de asno, que salva el modesto río de las Campanas. Enseguida se alcanza la iglesia de Santa Eugenia, que conserva una amplia portada románica con cinco arquivoltas decoradas con motivos geométricos, vegetales y zoomórficos.
La tranquila carretera discurre alternando las zonas boscosas con los campos de labor. Entre estos últimos se pueden ver algunos de los últimos viñedos de La Bureba, un territorio que antaño fue una importante zona vitivinícola.
Enseguida se alcanza, protegido de los vientos del norte por las primeras estribaciones del páramo, Castil de Lences. Este pueblo, uno de los que mejor ha conservado su trazado y su arquitectura popular en toda la comarca, guarda con mimo dos verdaderos tesoros de espiritualidad, historia y arte: el convento de monjas clarisas de La Asunción y la iglesia románica de Santa María. Lo primero que llama la atención es la abundante agua que corre por los canales que alimentaban los molinos de la localidad. Procede de un caudaloso arroyo que antes riega las huertas del convento de las clarisas.
Las construcciones del monasterio, protegidas por una recia muralla de piedra, presiden el conjunto del pueblo y aparecen perfectamente integradas en su caserío. El convento de Nuestra Señora de La Asunción fue fundado en el año 1282 por mandato de doña Sancha de Rojas y Velasco. A pesar de su aparente modestia, guarda en su interior varios y valiosos elementos artísticos y monumentales.
A un paso se alza la otra joya de la localidad: la iglesia románica de Santa María. Fechada en el siglo XII, consta de una sola nave, con añadidos posteriores, y cabecera con ábside semicircular. Una de las sorpresas del templo es su original pila bautismal románica, de copa cuadrada y con una sencilla decoración de incisiones geométricas.
Antes de partir de Castil de Lences hacia Poza de la Sal se puede visitar el Santuario de Manalagua, donde brota el arroyo que atraviesa el pueblo y se venera a la Virgen de Manalagua. En este sagrado enclave ya practicaban sus ritos, hace unos dos mil cien años, los pobladores celtíberos de la comarca.
