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El Madrid de los cerezos en flor. El Madrid de las Caderechas: un lugar de cuento en la provincia de Burgos

El Madrid de los cerezos en flor. El Madrid de las Caderechas: un lugar de cuento en la provincia de Burgos

Al norte de Burgos, en la Bureba, miles de cerezos están a punto de eclosionar. El espectáculo más hermoso de la naturaleza está en su cuenta atrás: la floración de más de 50.000 cerezos que teñirá de blanco ‘El Valle de las Sensaciones’. Estamos en Las Caderechas, entre quejigos, pinos y desfiladeros. Aquí sobrevuelan buitres leonados y se esconden bodegas subterráneas de chacolí. Un lugar de cuento llamado Madrid.

 A no más de tres horas de la Puerta de Alcalá hay un Madrid con asientos de primera fila para uno de los espectáculos más hermosos de la primavera: los cerezos en flor. Es Madrid de las Caderechas, una pequeña aldea al norte de la provincia de Burgos; un palco natural desde el que admirar la magia de más de 50.000 cerezos que eclosionan ahora, en primavera, en el conocido como ‘El Valle de las Sensaciones’. Un paisaje inmenso teñido de blanco que sobrecoge por su efímera belleza: la floración.

Madrid de las Caderechas es, en parte, el guardián de este valle; el responsable de que se cultiven cerezos en esta tierra desde el siglo XI y XII contra todo pronóstico. La muralla natural que emerge en este rincón de la Bureba burgalesa, atrapado entre La Lora y el Valle de Valdivielso, protege a los delicados cerezos de los fríos vientos del norte, contribuyendo así a un microclima que hace de Las Caderechas un bonito enclave de tierras fértiles, repleto de pueblos encantadores y paisajes bucólicos. Te contamos las paradas imprescindibles para disfrutar al máximo de este paraje de pinos, quejigos y frondosos árboles frutales; tierra de la famosa manzana reineta y de cerezas. Muchas cerezas.

Salas de Bureba, la entrada a ‘El Valle de las Sensaciones’ que lleva a Aguas Cándidas
Un buen lugar para comenzar el cuento. Érase una vez un pueblecito de estoicas casas señoriales y estrechos caminos, donde el tiempo parece haberse detenido invitando al viajero a pararse también y admirar la belleza del paisaje que le acecha. En la Plaza Mayor de la localidad encontraremos el Centro de Interpretación del Valle de las Caderechas, perteneciente al proyecto Museos Vivos. Una buena opción para empaparnos de las peculiaridades de esta tierra y conocer más sobre el cultivo y la floración de los cerezos antes de seguir nuestro camino.

La luz que se cierne sobre Las Caderechas en esta época del año invita a adentrarse en el valle por la carretera hacia Aguas Cándidas. Si los duendes existen, viven aquí. Ricos manantiales de agua cristalina nutren el arroyo Vadillo junto a una arquitectura tradicional impecable, que enriquece la visita. Tanto las construcciones de piedra, típicas de la arquitectura rural de la zona, como las casas señoriales con sus blasones, son testigo en pie de los siglos en los que la comarca presumió de prosperidad gracias a la fertilidad de su tierra.

Hozabejas y Huéspeda, la mejor panorámica del valle junto a Madrid de Las Caderechas y Herrera
Estamos ante la que un día fue la única vía de comunicación con La Rioja y Cantabria. A los pies de la Peña Cironte, ante la atenta mirada de buitres leonados, águilas y búhos reales, se asienta Hozabejas, a las puertas de un desfiladero y rodeado de bosques y frutales. Este pueblo de sorprendente entramado de madera en sus casas conserva los restos de un acueducto del siglo XVII y, en lo alto de la pared rocosa Las Cuevas de Las Narices, un conjunto de galerías laberínticas de cresterías calizas.

Otra parada en el mapa del valle es Huéspeda, un pueblo sosegado a casi 900 metros de altura desde el que se tienen las mejores panorámicas de Las Caderechas. Las vistas del valle en flor desde aquí o desde Madrid de las Caderechas o Herrera no se pueden contar. Hay que estar aquí para verlo.

Quintanaopio, Ojeda y Río Quintanilla: románico, gótico y renacentista
Tras un tupido pinar, aparece Quintanaopio con una iglesia de estilo gótico que esconde en su interior un hermoso retablo renacentista. Por el camino se llega a Ojeda, con sus casas de elegantes entramados medievales. Muy cerca de allí, los restos de la torre de los infanzones de Ojeda (familia burgalesa de Alonso de Ojeda, quien acompañó a Colón en su segundo viaje al Nuevo Continente).

Algunos de los parajes más bellos del valle sorprenden camino a Río Quintanilla. Entre ellos, la iglesia de los santos Emeterio y Celedonio, de estilo románico, que con su ábside semicircular y su peculiar espadaña sobre el arco triunfal es uno de los monumentos más destacados de Las Caderechas. En su interior, dos tesoros: las pinturas de la bóveda celestial estrellada, ejecutadas con el estilo propio del arte rural de transición entre el románico y el gótico, y una valiosa pila bautismal.

Rucandio y Cantabrana: las antiguas vías de los arrieros y bodegas subterráneas de chacolí
Hubo un tiempo en que las infinitas paredes del Portillo del Infierno eran un constante trasiego de arrieros por un camino que hoy resulta perfecto para el senderismo. Hace siglos, por estas rutas de vistas privilegiadas se transportaba la fruta que esta tierra daba sin descanso. Este extenso pasado de cultivo de árboles frutales explica el diseño de las casas de Rucandio, que, si bien es similar al de todos los pueblos de la comarca, añadía más de una altura para asegurarse el almacenamiento.

Cantabrana, por su parte, conserva un rico patrimonio de casas populares con entramados, casonas señoriales de amplios aleros y una iglesia parroquial del siglo XVII con un retablo mayor dedicado al Apóstol Santiago. Pero su principal encanto son las bodegas subterráneas en las que se guardaba el apreciado chacolí que se obtenía de las viñas de los alrededores. Algunas de ellas aún se conservan.

De camino a Oña, cuya historia está ligada a la fundación del Reino de Castilla, podremos hacer una última parada en Tamayo, despoblado en la actualidad pero con otro de esos Museos Vivos que salpican la geografía de Castilla y León y se encuentran a disposición de los viajeros los 365 días del año. Es el Museo de la Memoria de Tamayo. Allí numerosos documentos nos hablan de la vida en el pueblo a partir del siglo IX y rastrean el origen del apellido Tamayo. Completan la exposición diferentes piezas y utensilios procedentes de la localidad.

Bienvenidos, bicilovers
El Valle de las Caderechas es también un magnífico lugar para todos los amantes de las rutas ciclistas. La vía verde Santander -Mediterráneo, que sigue el trazado del antiguo ferrocarril, nos permitirá disfrutar del espléndido paisaje a golpe de pedal y en perfecta conexión con el entorno natural. Se trata de un trazado señalizado de 115 kilómetros que parte de las inmediaciones de la ciudad de Burgos y se encamina hacia el norte, hasta el túnel de la Engaña, cruzando las comarcas de la Bureba y de las Merindades. Un plan muy apetecible para los más deportistas y aventureros.



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 A no más de tres horas de la Puerta de Alcalá hay un Madrid con asientos de primera fila para uno de los espectáculos más hermosos de la primavera: los cerezos en flor. Es Madrid de las Caderechas, una pequeña aldea al norte de la provincia de Burgos; un palco natural desde el que admirar la magia de más de 50.000 cerezos que eclosionan ahora, en primavera, en el conocido como ‘El Valle de las Sensaciones’. Un paisaje inmenso teñido de blanco que sobrecoge por su efímera belleza: la floración.

Madrid de las Caderechas es, en parte, el guardián de este valle; el responsable de que se cultiven cerezos en esta tierra desde el siglo XI y XII contra todo pronóstico. La muralla natural que emerge en este rincón de la Bureba burgalesa, atrapado entre La Lora y el Valle de Valdivielso, protege a los delicados cerezos de los fríos vientos del norte, contribuyendo así a un microclima que hace de Las Caderechas un bonito enclave de tierras fértiles, repleto de pueblos encantadores y paisajes bucólicos. Te contamos las paradas imprescindibles para disfrutar al máximo de este paraje de pinos, quejigos y frondosos árboles frutales; tierra de la famosa manzana reineta y de cerezas. Muchas cerezas.

Salas de Bureba, la entrada a ‘El Valle de las Sensaciones’ que lleva a Aguas Cándidas
Un buen lugar para comenzar el cuento. Érase una vez un pueblecito de estoicas casas señoriales y estrechos caminos, donde el tiempo parece haberse detenido invitando al viajero a pararse también y admirar la belleza del paisaje que le acecha. En la Plaza Mayor de la localidad encontraremos el Centro de Interpretación del Valle de las Caderechas, perteneciente al proyecto Museos Vivos. Una buena opción para empaparnos de las peculiaridades de esta tierra y conocer más sobre el cultivo y la floración de los cerezos antes de seguir nuestro camino.

La luz que se cierne sobre Las Caderechas en esta época del año invita a adentrarse en el valle por la carretera hacia Aguas Cándidas. Si los duendes existen, viven aquí. Ricos manantiales de agua cristalina nutren el arroyo Vadillo junto a una arquitectura tradicional impecable, que enriquece la visita. Tanto las construcciones de piedra, típicas de la arquitectura rural de la zona, como las casas señoriales con sus blasones, son testigo en pie de los siglos en los que la comarca presumió de prosperidad gracias a la fertilidad de su tierra.

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Algunos de los parajes más bellos del valle sorprenden camino a Río Quintanilla. Entre ellos, la iglesia de los santos Emeterio y Celedonio, de estilo románico, que con su ábside semicircular y su peculiar espadaña sobre el arco triunfal es uno de los monumentos más destacados de Las Caderechas. En su interior, dos tesoros: las pinturas de la bóveda celestial estrellada, ejecutadas con el estilo propio del arte rural de transición entre el románico y el gótico, y una valiosa pila bautismal.

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Cantabrana, por su parte, conserva un rico patrimonio de casas populares con entramados, casonas señoriales de amplios aleros y una iglesia parroquial del siglo XVII con un retablo mayor dedicado al Apóstol Santiago. Pero su principal encanto son las bodegas subterráneas en las que se guardaba el apreciado chacolí que se obtenía de las viñas de los alrededores. Algunas de ellas aún se conservan.

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