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Ruta La fuerza de la Tierra

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Dónde ver los narcisos en flor
Lo mejor para disfrutar de la floración de los narcisos es dejarse llevar por las tranquilas carreteras que atraviesan la comarca e ir localizando los múltiples lugares adornados con el brillante amarillo de las flores.
Hay que ser muy respetuoso con estas delicadas plantas, evitar pisarlas y, en ningún caso, recolectarlas. El mejor recuerdo nos lo llevaremos en la mirada o en una resultona fotografía.

Para comprender los motivos por los que la Unesco decidió crear el Geoparque de Las Loras, lo mejor es acercarse hasta el pueblo de Amaya. Se mire donde se mire, sobre el horizonte se alzan los inconfundibles perfiles de Peña Amaya y La Ulaña.
Pero si la geomorfología es capaz de dejar sin palabras a los visitantes, no se quedan atrás la riqueza arqueológica, artística y etnográfica que, desde hace milenios, atesoran los pueblos del entorno.
Estamos en el extremo noroccidental de la provincia de Burgos, en el límite con Palencia y a caballo entre la Cordillera Cantábrica y la Cuenca Sedimentaria del Duero, donde se localiza una singular comarca bautizada con el acertado nombre de Las Loras.
Un llamativo relieve formado por largas y estrechas estructuras rocosas, conocidas como loras, caracteriza y otorga una personalidad única al paisaje de la región.

Amaya
Desde Amaya, una pista permite ascender hasta la altiva y legendaria Peña Amaya. Una vez en el aparcamiento, se inicia un sendero señalizado que se interna entre solitarios peñascos que, aunque parezca increíble, dan forma a uno de los enclaves más destacados de la arqueología burgalesa.
La ocupación humana de Amaya se remonta a unos 3.000 años, durante la Edad del Bronce. Posteriormente fue una importante ciudad de la Cantabria prerromana, que acabaría siendo conquistada por las legiones de Roma. Con el paso de los siglos, se convirtió en capital —e incluso llegó a ser sede episcopal a finales del siglo VII— de uno de los ducados visigodos.
No acabaría ahí su fecunda historia, ya que durante toda la Alta Edad Media fue un disputado baluarte entre musulmanes y cristianos. De todo este pasado glorioso solo quedan unos pocos testimonios arqueológicos.

La Ulaña
La carretera que, pasando por Villamartín de Villadiego, conduce hacia Humada se adentra decidida en el abrupto y montañoso corazón de Las Loras. Escoltada por los alargados relieves calizos que se elevan casi 300 metros sobre el fondo de los valles, en cada revuelta ofrece una nueva y sobrecogedora panorámica de la comarca.
Desde Humada, ya a los pies de Peña Ulaña, hay que llegar hasta San Martín de Humada y ascender a lo alto de la rotunda y aislada mole caliza. Elemento fundamental del Geoparque Mundial de Las Loras y ejemplo antológico del sinclinal tipo lora, La Ulaña esconde en sus entrañas un secreto muy bien guardado: uno de los mayores castros prerromanos de toda Europa. También es un paraíso para las aves rapaces y un lugar ideal para practicar senderismo.
Si se contempla desde la distancia, la silueta de Peña Ulaña semeja una alargada e inexpugnable fortaleza natural. Este carácter inaccesible atrajo, desde tiempos prehistóricos, a las gentes que habitaban la zona. Como demuestran las excavaciones arqueológicas, La Ulaña puede considerarse uno de los oppida prerromanos más extensos —con cerca de 600 hectáreas, incluyendo la plataforma superior y el cinto perimetral— de todo el continente europeo. Seguramente habitado desde la Edad del Bronce, y aunque cuenta con restos de la Primera Edad del Hierro, su época de mayor esplendor coincide con la Segunda Edad del Hierro. Durante este último período, que comenzó hace unos 2.300 años, los habitantes de Peña Ulaña fueron miembros de un pueblo guerrero y legendario: los cántabros.

Cascada de Fuenteodra
Tras pasar de nuevo por Humada nos espera Fuenteodra, un pequeño pueblo que ha logrado, gracias a la iniciativa popular, salvar su iglesia parroquial de la ruina. También es la puerta de acceso a las fuentes del río Odra y a la espectacular cascada de La Yeguamea. La originalidad de este salto de agua, como expresa su acertada denominación, radica en un chorro a presión que brota de un orificio abierto en medio de un elevado farallón calizo. El laberíntico y rocoso enclave se puede recorrer siguiendo una espectacular geosenda señalizada.

Todas las mañanas, el rebaño de José Luis Corralejo, acompañado por su fiel pastor Mohamed, unos cuantos mastines —para protegerse de los lobos, como mandan las normas de un pastoreo responsable— y un burrito porteador, se dirige hacia el circo rocoso donde nace el río Odra.
Algunos días, cuando las más de mil ovejas cruzan por encima de la conocida cascada de La Yeguamea, el espectáculo es único e inolvidable. Ideal para acudir en familia, ya que los niños disfrutan de lo lindo. Merecen un aplauso por mantener vivo el pulso de la vida rural.

Rebolledo de la Torre
Desde Fuenteodra, pasando por Rebolledo de Traspeña, Valtierra de Albacastro y Albacastro, la carretera se adentra en un estrecho valle custodiado por los alargados perfiles de las loras de Peña Amaya
y Albacastro. No hay que perder la oportunidad de parar en el abandonado pueblo de Albacastro para contemplar su evocadora y pequeña iglesia románica.
Al entrar en Rebolledo de la Torre llama la atención la fortaleza que da nombre al pueblo, que puede presumir de uno de los pórticos románicos más elegantes de España. Una obra maestra del siglo XII, en la que sobresale la magistral escultura de capiteles y ventanas.
Considerada una de las más bellas y logradas del románico castellano, conocemos además el nombre de su genial autor: Juan de Piasca. Su firma y la fecha de construcción del pórtico, el año 1186, se descubren en el exterior de una singular ventana ajimezada.
La galería porticada consta de diez arcos de medio punto, siete situados a la izquierda de la puerta y tres a su derecha. La puerta de acceso se abre entre machones y presenta tres columnas, con sus respectivos capiteles decorados, a cada lado. De las trece columnas que forman la arquería, cinco son simples y ocho lucen un doble fuste pareado. La escultura que decora los distintos elementos de la galería denota una gran calidad y maestría en su ejecución.
En los capiteles puede contemplarse un admirable repertorio iconográfico que abarca desde los clásicos motivos vegetales hasta representaciones de seres monstruosos, pasando por luchas entre caballeros y las consabidas escenas bíblicas: Sansón abriendo las fauces de un león, San Miguel pesando las almas y, en la pieza más curiosa de todas, la tentación y muerte del usurero.

El mirador de Las Loras
Desde Rebolledo de la Torre hay que desandar lo andado, regresar hasta Humada y seguir la BU-621 que asciende hasta el puerto de Humada. En este punto se localiza el mirador de La Lorilla, con sus impresionantes vistas a toda Las Loras, en especial a La Ulaña, Peña Amaya y la lora de Albacastro. Por la misma carretera se desciende hasta la pequeña localidad de Barrio Lucio, que atesora una famosa cascada.

Una cascada petrificada
En un escondido y uliginoso rincón, al pie de los riscos calizos, brota una surgencia de aguas fuertemente carbonatadas. A lo largo de miles de años se ha formado una escalonada y bella estructura de toba, cubierta de musgos, líquenes y helechos. El enclave es tan frágil y valioso que merece una protección absoluta y, por ello, se está construyendo una respetuosa pasarela de madera, con su correspondiente mirador, que permitirá el acceso y disfrute de todos los amantes de la naturaleza.

Por tierras del Tozo
Al sureste de Las Loras se extiende un histórico territorio, también dentro del Geoparque, que tiene como peculiaridad geográfica encontrarse a caballo entre las cuencas hidrológicas del Duero y el Ebro. Enmarcado por unos vistosos cintos calizos, en su sinuoso paisaje se alternan en armonía zonas boscosas, aisladas turberas, campos de labor y predios para el ganado. Todo ello salpicado por un rosario de pequeños pueblos que han conseguido mantener su ancestral esencia rural.
Siguiendo la BU-6229 y tras pasar por Solanas de Valdelucio y San Mamés de Abar, la carretera atraviesa una zona de turberas que, en la época propicia, están cubiertas por decenas de miles de narcisos de olor (Narcissus bulbocodium).
Enseguida se alcanza Basconcillos del Tozo y su impactante Cueva del Agua.

Cueva del Agua
La entrada de la cueva se localiza muy cerca de Basconcillos del Tozo, en el fondo de un valle ciego que adquiere la forma de gran anfiteatro rocoso. Desde el pueblo se puede llegar hasta allí caminando por una pista que enlaza con la Geosenda de “El Valle Ciego”.
Además de por la belleza de su enorme portalón de entrada y sus leyendas, la cueva es protagonista de un fenómeno natural en el que las aguas que desaparecen en su sumidero, pertenecientes a la cuenca hidrológica del Duero, brotan unos kilómetros después en la fuente del río Rudrón, que ya pertenece a la vertiente del Ebro.
Como hemos mencionado, la caverna y su bello entorno paisajístico están poblados de misteriosas leyendas protagonizadas por enormes y monstruosas serpientes. La más conocida está protagonizada por el mismísimo Cid Campeador que, montado en su portentoso caballo y espada en ristre, acudió al lugar a matar al monstruo que se había tragado a siete niños.

Dos iglesias y un castillo
El itinerario prosigue por la N-627, con dirección a Burgos, hasta la desviación hacia Fuente Úrbel. La joya de este pueblo es la iglesia románica de Santa María la Mayor, que llama la atención por un elegante ábside semicircular y por los llamativos capiteles del interior. Su fama viene dada por sus originales y exclusivos motivos iconográficos que remiten a una serie de leyendas de raigambre nórdica.
Para entrar en la iglesia hay que preguntar en una de las casas de enfrente.

Úrbel y su desafiante castillo
La última parada de la ruta —antes hay que desviarse para ver el ábside románico de La Piedra— es en Úrbel del Castillo. Arropado por una serie de elevaciones calizas pertenecientes al Geoparque de Las Loras, su bien conservado caserío aparece presidido por la silueta de un desafiante castillo que se alza en la cima de un espectacular promontorio rocoso. El caserío de esta localidad, en la que predominan las casas de piedra con pocos vanos, está rematado por el elevado peñasco sobre el que se alza su castillo. El pueblo de Úrbel, que ya aparece citado en antiguos documentos del siglo X, quedó situado en la línea fronteriza entre los reinos de Navarra y Castilla y su fortaleza pudo ser levantada como vigía militar de su disputado límite territorial.En el año 1054, el castillo fue conquistado definitivamente para Castilla por el padre de Rodrigo Díaz de Vivar, Diego Laínez. También desde esta atalaya fortificada se llegó a controlar la cañada por la que acudían, a los jugosos pastos de las zonas altas del Úrbel y el Tozo, los rebaños de ovejas del Honrado Concejo de La Mesta.La casi inaccesible fortaleza consta de una torre de planta pentagonal alargada que recuerda la forma de un diamante. Sus muros, rematados aún por unas cuantas almenas adornadas por vistosos adornos piramidales, están perfectamente adaptados al reducido espacio existente en la cima sobre la que se asienta. Una puerta de acceso —de la que fueron desmontados los sillares que le daban forma—, dos arcos apuntados que iluminaban el desaparecido piso superior de la torre y unas pocas saeteras son los escasos vanos con los que contaba el castillo.La zona más practicable de la roca se encuentra reforzada por un pequeño antemural. En esta terraza, posiblemente el patio de armas, se localizan los restos de un aljibe —del que se abastecían de agua los habitantes de la fortaleza— y de una empinada escalera que pudo ser el acceso principal al castillo. Los restos que se han conservado son de estilo gótico y fueron levantados por la familia de los Zúñiga, entre finales del siglo XIV y principios del XV.Para subir hasta la fortaleza se debe localizar el sendero que parte justo en el lugar donde confluyen la travesía Real y la calle de San Esteban y no muy lejos de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Candelas. La subida es un poco empinada pero el esfuerzo merece la pena. En el tramo final rocoso hay que extremar las precauciones.



Distancia:
Localidades por las que discurre:

Amaya, Fuenteodra, Rebolledo de la Torre, Barrio Lucio, Baconcillos del Tozo, Fuente Úrbel y Úrbel del Castillo

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Hay que ser muy respetuoso con estas delicadas plantas, evitar pisarlas y, en ningún caso, recolectarlas. El mejor recuerdo nos lo llevaremos en la mirada o en una resultona fotografía.

Para comprender los motivos por los que la Unesco decidió crear el Geoparque de Las Loras, lo mejor es acercarse hasta el pueblo de Amaya. Se mire donde se mire, sobre el horizonte se alzan los inconfundibles perfiles de Peña Amaya y La Ulaña.
Pero si la geomorfología es capaz de dejar sin palabras a los visitantes, no se quedan atrás la riqueza arqueológica, artística y etnográfica que, desde hace milenios, atesoran los pueblos del entorno.
Estamos en el extremo noroccidental de la provincia de Burgos, en el límite con Palencia y a caballo entre la Cordillera Cantábrica y la Cuenca Sedimentaria del Duero, donde se localiza una singular comarca bautizada con el acertado nombre de Las Loras.
Un llamativo relieve formado por largas y estrechas estructuras rocosas, conocidas como loras, caracteriza y otorga una personalidad única al paisaje de la región.

Amaya
Desde Amaya, una pista permite ascender hasta la altiva y legendaria Peña Amaya. Una vez en el aparcamiento, se inicia un sendero señalizado que se interna entre solitarios peñascos que, aunque parezca increíble, dan forma a uno de los enclaves más destacados de la arqueología burgalesa.
La ocupación humana de Amaya se remonta a unos 3.000 años, durante la Edad del Bronce. Posteriormente fue una importante ciudad de la Cantabria prerromana, que acabaría siendo conquistada por las legiones de Roma. Con el paso de los siglos, se convirtió en capital —e incluso llegó a ser sede episcopal a finales del siglo VII— de uno de los ducados visigodos.
No acabaría ahí su fecunda historia, ya que durante toda la Alta Edad Media fue un disputado baluarte entre musulmanes y cristianos. De todo este pasado glorioso solo quedan unos pocos testimonios arqueológicos.

La Ulaña
La carretera que, pasando por Villamartín de Villadiego, conduce hacia Humada se adentra decidida en el abrupto y montañoso corazón de Las Loras. Escoltada por los alargados relieves calizos que se elevan casi 300 metros sobre el fondo de los valles, en cada revuelta ofrece una nueva y sobrecogedora panorámica de la comarca.
Desde Humada, ya a los pies de Peña Ulaña, hay que llegar hasta San Martín de Humada y ascender a lo alto de la rotunda y aislada mole caliza. Elemento fundamental del Geoparque Mundial de Las Loras y ejemplo antológico del sinclinal tipo lora, La Ulaña esconde en sus entrañas un secreto muy bien guardado: uno de los mayores castros prerromanos de toda Europa. También es un paraíso para las aves rapaces y un lugar ideal para practicar senderismo.
Si se contempla desde la distancia, la silueta de Peña Ulaña semeja una alargada e inexpugnable fortaleza natural. Este carácter inaccesible atrajo, desde tiempos prehistóricos, a las gentes que habitaban la zona. Como demuestran las excavaciones arqueológicas, La Ulaña puede considerarse uno de los oppida prerromanos más extensos —con cerca de 600 hectáreas, incluyendo la plataforma superior y el cinto perimetral— de todo el continente europeo. Seguramente habitado desde la Edad del Bronce, y aunque cuenta con restos de la Primera Edad del Hierro, su época de mayor esplendor coincide con la Segunda Edad del Hierro. Durante este último período, que comenzó hace unos 2.300 años, los habitantes de Peña Ulaña fueron miembros de un pueblo guerrero y legendario: los cántabros.

Cascada de Fuenteodra
Tras pasar de nuevo por Humada nos espera Fuenteodra, un pequeño pueblo que ha logrado, gracias a la iniciativa popular, salvar su iglesia parroquial de la ruina. También es la puerta de acceso a las fuentes del río Odra y a la espectacular cascada de La Yeguamea. La originalidad de este salto de agua, como expresa su acertada denominación, radica en un chorro a presión que brota de un orificio abierto en medio de un elevado farallón calizo. El laberíntico y rocoso enclave se puede recorrer siguiendo una espectacular geosenda señalizada.

Todas las mañanas, el rebaño de José Luis Corralejo, acompañado por su fiel pastor Mohamed, unos cuantos mastines —para protegerse de los lobos, como mandan las normas de un pastoreo responsable— y un burrito porteador, se dirige hacia el circo rocoso donde nace el río Odra.
Algunos días, cuando las más de mil ovejas cruzan por encima de la conocida cascada de La Yeguamea, el espectáculo es único e inolvidable. Ideal para acudir en familia, ya que los niños disfrutan de lo lindo. Merecen un aplauso por mantener vivo el pulso de la vida rural.

Rebolledo de la Torre
Desde Fuenteodra, pasando por Rebolledo de Traspeña, Valtierra de Albacastro y Albacastro, la carretera se adentra en un estrecho valle custodiado por los alargados perfiles de las loras de Peña Amaya
y Albacastro. No hay que perder la oportunidad de parar en el abandonado pueblo de Albacastro para contemplar su evocadora y pequeña iglesia románica.
Al entrar en Rebolledo de la Torre llama la atención la fortaleza que da nombre al pueblo, que puede presumir de uno de los pórticos románicos más elegantes de España. Una obra maestra del siglo XII, en la que sobresale la magistral escultura de capiteles y ventanas.
Considerada una de las más bellas y logradas del románico castellano, conocemos además el nombre de su genial autor: Juan de Piasca. Su firma y la fecha de construcción del pórtico, el año 1186, se descubren en el exterior de una singular ventana ajimezada.
La galería porticada consta de diez arcos de medio punto, siete situados a la izquierda de la puerta y tres a su derecha. La puerta de acceso se abre entre machones y presenta tres columnas, con sus respectivos capiteles decorados, a cada lado. De las trece columnas que forman la arquería, cinco son simples y ocho lucen un doble fuste pareado. La escultura que decora los distintos elementos de la galería denota una gran calidad y maestría en su ejecución.
En los capiteles puede contemplarse un admirable repertorio iconográfico que abarca desde los clásicos motivos vegetales hasta representaciones de seres monstruosos, pasando por luchas entre caballeros y las consabidas escenas bíblicas: Sansón abriendo las fauces de un león, San Miguel pesando las almas y, en la pieza más curiosa de todas, la tentación y muerte del usurero.

El mirador de Las Loras
Desde Rebolledo de la Torre hay que desandar lo andado, regresar hasta Humada y seguir la BU-621 que asciende hasta el puerto de Humada. En este punto se localiza el mirador de La Lorilla, con sus impresionantes vistas a toda Las Loras, en especial a La Ulaña, Peña Amaya y la lora de Albacastro. Por la misma carretera se desciende hasta la pequeña localidad de Barrio Lucio, que atesora una famosa cascada.

Una cascada petrificada
En un escondido y uliginoso rincón, al pie de los riscos calizos, brota una surgencia de aguas fuertemente carbonatadas. A lo largo de miles de años se ha formado una escalonada y bella estructura de toba, cubierta de musgos, líquenes y helechos. El enclave es tan frágil y valioso que merece una protección absoluta y, por ello, se está construyendo una respetuosa pasarela de madera, con su correspondiente mirador, que permitirá el acceso y disfrute de todos los amantes de la naturaleza.

Por tierras del Tozo
Al sureste de Las Loras se extiende un histórico territorio, también dentro del Geoparque, que tiene como peculiaridad geográfica encontrarse a caballo entre las cuencas hidrológicas del Duero y el Ebro. Enmarcado por unos vistosos cintos calizos, en su sinuoso paisaje se alternan en armonía zonas boscosas, aisladas turberas, campos de labor y predios para el ganado. Todo ello salpicado por un rosario de pequeños pueblos que han conseguido mantener su ancestral esencia rural.
Siguiendo la BU-6229 y tras pasar por Solanas de Valdelucio y San Mamés de Abar, la carretera atraviesa una zona de turberas que, en la época propicia, están cubiertas por decenas de miles de narcisos de olor (Narcissus bulbocodium).
Enseguida se alcanza Basconcillos del Tozo y su impactante Cueva del Agua.

Cueva del Agua
La entrada de la cueva se localiza muy cerca de Basconcillos del Tozo, en el fondo de un valle ciego que adquiere la forma de gran anfiteatro rocoso. Desde el pueblo se puede llegar hasta allí caminando por una pista que enlaza con la Geosenda de “El Valle Ciego”.
Además de por la belleza de su enorme portalón de entrada y sus leyendas, la cueva es protagonista de un fenómeno natural en el que las aguas que desaparecen en su sumidero, pertenecientes a la cuenca hidrológica del Duero, brotan unos kilómetros después en la fuente del río Rudrón, que ya pertenece a la vertiente del Ebro.
Como hemos mencionado, la caverna y su bello entorno paisajístico están poblados de misteriosas leyendas protagonizadas por enormes y monstruosas serpientes. La más conocida está protagonizada por el mismísimo Cid Campeador que, montado en su portentoso caballo y espada en ristre, acudió al lugar a matar al monstruo que se había tragado a siete niños.

Dos iglesias y un castillo
El itinerario prosigue por la N-627, con dirección a Burgos, hasta la desviación hacia Fuente Úrbel. La joya de este pueblo es la iglesia románica de Santa María la Mayor, que llama la atención por un elegante ábside semicircular y por los llamativos capiteles del interior. Su fama viene dada por sus originales y exclusivos motivos iconográficos que remiten a una serie de leyendas de raigambre nórdica.
Para entrar en la iglesia hay que preguntar en una de las casas de enfrente.

Úrbel y su desafiante castillo
La última parada de la ruta —antes hay que desviarse para ver el ábside románico de La Piedra— es en Úrbel del Castillo. Arropado por una serie de elevaciones calizas pertenecientes al Geoparque de Las Loras, su bien conservado caserío aparece presidido por la silueta de un desafiante castillo que se alza en la cima de un espectacular promontorio rocoso. El caserío de esta localidad, en la que predominan las casas de piedra con pocos vanos, está rematado por el elevado peñasco sobre el que se alza su castillo. El pueblo de Úrbel, que ya aparece citado en antiguos documentos del siglo X, quedó situado en la línea fronteriza entre los reinos de Navarra y Castilla y su fortaleza pudo ser levantada como vigía militar de su disputado límite territorial.En el año 1054, el castillo fue conquistado definitivamente para Castilla por el padre de Rodrigo Díaz de Vivar, Diego Laínez. También desde esta atalaya fortificada se llegó a controlar la cañada por la que acudían, a los jugosos pastos de las zonas altas del Úrbel y el Tozo, los rebaños de ovejas del Honrado Concejo de La Mesta.La casi inaccesible fortaleza consta de una torre de planta pentagonal alargada que recuerda la forma de un diamante. Sus muros, rematados aún por unas cuantas almenas adornadas por vistosos adornos piramidales, están perfectamente adaptados al reducido espacio existente en la cima sobre la que se asienta. Una puerta de acceso —de la que fueron desmontados los sillares que le daban forma—, dos arcos apuntados que iluminaban el desaparecido piso superior de la torre y unas pocas saeteras son los escasos vanos con los que contaba el castillo.La zona más practicable de la roca se encuentra reforzada por un pequeño antemural. En esta terraza, posiblemente el patio de armas, se localizan los restos de un aljibe —del que se abastecían de agua los habitantes de la fortaleza— y de una empinada escalera que pudo ser el acceso principal al castillo. Los restos que se han conservado son de estilo gótico y fueron levantados por la familia de los Zúñiga, entre finales del siglo XIV y principios del XV.Para subir hasta la fortaleza se debe localizar el sendero que parte justo en el lugar donde confluyen la travesía Real y la calle de San Esteban y no muy lejos de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Candelas. La subida es un poco empinada pero el esfuerzo merece la pena. En el tramo final rocoso hay que extremar las precauciones.



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