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Ruta Valle mágico del Arlanza

Ruta Valle mágico del Arlanza

Por sus distintas floraciones, su rica biodiversidad y la belleza de sus paisajes, el valle medio del Arlanza tiene magia. Un embrujo que se remonta al Paleolítico y se consolida durante la Edad Media, cuando se convirtió en el río mitológico del reino de Castilla.
Por si todo esto no fuera suficiente, en pocos kilómetros se concentran tres joyas patrimoniales de primer orden: las ruinas del monasterio de Arlanza, Covarrubias y el claustro de Silos.

Territorio Neandertal
Hortigüela es el fiel guardián del valle medio del Arlanza. Custodiado por los inconfundibles relieves de la sierra de las Mamblas y la airosa crestería del Gayubar, este pueblo es también uno de los accesos senderistas a las bellas y centenarias dehesas de quejigo de las Mamblas.La carretera se interna con decisión por el estrecho, largo y serpenteante valle abierto por el río Arlanza. Cubierto por un relicto bosque de sabina albar, en sus inaccesibles farallones calizos anida una nutrida colonia de buitre leonado, y no son raros el búho real, el alimoche y el águila real.
También, y con toda propiedad, se puede llamar a este tramo del Arlanza territorio Paleolítico o Neandertal, ya que durante el Paleolítico Medio la zona estuvo habitada por esa especie de hombres extintos que dejaron su huella material en la Cueva Millán y la Cueva de La Ermita. A la primera se puede llegar caminando desde un cruce señalizado a unos tres kilómetros de Hortigüela.Según los expertos, el angosto valle abierto por el río Arlanza entre Hortigüela y el monasterio de San Pedro de Arlanza es uno de los lugares más destacados del mundo para estudiar al extinto hombre de Neandertal y sus contactos, hace unos 45.000 años, con los primeros Homo sapiens llegados a este rincón de la península ibérica.
El enclave más señalado es la Cueva Millán, donde recientemente los arqueólogos han descubierto y bautizado una nueva etapa cultural del Paleolítico Superior: el Arlanziense. Desde hace un tiempo, y debido a la importancia del yacimiento, todo su entorno ha sido cubierto con una estructura protectora.

San Pedro de Arlanza
Tras una curva de la carretera, y en un lugar de especial belleza natural y relevancia histórica, aparecen los restos de uno de los centros monacales más influyentes de la Castilla del conde Fernán González. Las ruinas del monasterio de Arlanza todavía denotan la grandeza de una iglesia románica de finales del siglo XI.
Antes de abandonar el lugar, merece la pena ascender caminando al espigón de San Pelayo, una gran mole rocosa coronada por una arruinada ermita altomedieval, desde cuya cima se divisan las mejores panorámicas del valle del Arlanza.

Fuente Azul
Un poco más adelante, y tras cruzar el primer puente sobre el río Arlanza, es casi obligatorio aparcar el coche e internarse caminando al encuentro de uno de los enclaves naturales más destacados de la zona: la surgencia de Fuente Azul.Aguas abajo del histórico monasterio benedictino, en un recodo de los apretados meandros dibujados por el Arlanza, se esconde el paraje de Fuente Azul. Sus cristalinas y frías aguas se vierten al río por una pequeña grieta vertical abierta en la base de un cantil calizo que cae a plomo sobre el cauce.
Se trata de una surgencia vauclusiana con un pozo de 135 metros de profundidad, explorado por varios grupos de arriesgados espeleobuceadores que se han retado en su investigación.
Hace unos 40.000 años, este mismo lugar era frecuentado por un grupo de neandertales que cazaban y pescaban durante los cortos veranos. Sobre todo, capturaban castores y nutrias para curtir sus pieles en la cercana Cueva de La Ermita.

Covarrubias
Otra parada imprescindible hay que hacerla en Covarrubias. Los sugerentes y erguidos relieves calizos de la sierra de las Mamblas enmarcan el singular perfil de esta villa medieval asomada al río Arlanza. Las siluetas del torreón de Fernán González y de la colegiata gótica presiden un caserío que evoca, en cada rincón, el mítico origen de Castilla.
Hay que perderse por sus empedradas plazas y estrechas calles para disfrutar de una original arquitectura popular en la que predominan las casas con entramados de madera.
Por Covarrubias pasan, además, dos caminos históricos: el del Cid y el de San Olav, vinculados respectivamente al principal héroe castellano y a la princesa Kristina de Noruega. La romántica historia de esta bella mujer, que vivió en el siglo XIII, se recuerda en la contemporánea ermita de San Olav y con una estatua situada frente a la colegiata donde está enterrada.

Capilla de San Olav
Escondido entre riscos calizos, olorosas sabinas y rotundas encinas, el pequeño santuario sorprende por su vanguardista concepción arquitectónica y los originales materiales empleados en su construcción.
Resultan muy llamativos los contrastes entre las cálidas maderas de tonos suaves y las negras chapas de acero, así como entre las redondeadas formas de la capilla y la alta, angulosa
y exenta torre.

Desde Covarrubias, el periplo —siguiendo en este caso el Camino del Cid— continúa hasta Retuerta. De paso, hay que fijarse en los bellos y ancestrales viñedos de los que se obtienen algunos de los mejores vinos de la D.O. Arlanza. Retuerta merece una parada para admirar su arquitectura popular y las últimas carboneras de Burgos.

Carboneros de Retuerta
Retuerta es uno de los últimos pueblos de la provincia de Burgos en los que aún se elabora carbón vegetal de forma tradicional.
Durante buena parte de los siglos XVII y XVIII, los carboneros de Retuerta fueron los principales proveedores de este demandado combustible para la ciudad de Madrid.
Las carboneras u hornos de tierra se alimentan con la leña obtenida —mediante un secular y sostenible aprovechamiento— de los espesos montes de encinas que rodean la población.

Camino de Silos
Otra parada necesaria antes de llegar a Santo Domingo de Silos es la de Santibáñez del Val. En sus afueras, bañada por las aguas del río Mataviejas, se alza la ermita de Santa Cecilia. De finales del siglo IX, constituye uno de los pocos vestigios de la arquitectura mozárabe burgalesa.
Ya en Silos, hay que encaminarse con decisión al encuentro de su famoso claustro románico.
Es imposible quedar defraudado ante una de las cumbres del arte cristiano medieval. El monumento lleva siglos transmitiendo a sus visitantes una mezcla de sensaciones provocadas por la armonía de las formas y el equilibrio entre el espíritu y la capacidad creadora del ser humano.
Y, por suerte, en el monasterio de Santo Domingo de Silos todavía es posible escuchar todos los días el canto gregoriano interpretado a capela por los monjes benedictinos, capaz de devolvernos los ecos de un lejano pasado medieval.

Santo Domingo de Silos
No resulta exagerado afirmar que el claustro románico del monasterio de Santo Domingo de Silos es una de las cumbres del arte cristiano medieval europeo. Tiene dos pisos, su planta semeja un cuadrilátero irregular y sus obras se realizaron entre finales del siglo XI y comienzos del XIII.
A la sombra de su famoso ciprés —plantado hacia 1883 por los monjes franceses que se instalaron en el monasterio abandonado— es fácil imaginar la organización y estructura generales del claustro.
Lo más llamativo es la originalidad de los motivos esculpidos en los capiteles. El repertorio iconográfico alcanza una perfección nunca igualada, especialmente en la serie de representaciones de animales fantásticos. Las fuentes de inspiración de los distintos artistas pueden rastrearse tanto en los elementos decorativos de telas y marfiles orientales como en los manuscritos miniados mozárabes copiados en el scriptorium del propio monasterio.
Entre los ocho relieves que decoran los ángulos del claustro destacan los que representan a los discípulos de Emaús y la duda de Santo Tomás, considerados los más bellos, originales y mejor trabajados de toda la escultura románica.

Desfiladero de La Yecla
Santo Domingo de Silos es también el mejor acceso a La Yecla, una larga, estrecha y profunda garganta abierta en las moles calizas de las Peñas de Cervera. Este interesante enclave geológico se recorre a pie por una serie de pasarelas metálicas desde las que es muy fácil observar la numerosa colonia de buitre leonado que anida en sus cortados rocosos.
Se puede llegar en coche, aunque los amantes del senderismo disponen de un sendero señalizado que parte desde las afueras de Silos.

Cañón del río Mataviejas
De nuevo en Silos, hay que seguir la BU-910 en dirección a Carazo. Son solo siete kilómetros, pero de una singular y casi indescriptible belleza. La carretera se interna en el interior de un largo, estrecho y sinuoso cañón de elevadas paredes rocosas, entre las que crecen retorcidos y, en algunos casos, milenarios ejemplares de sabina albar.
Se suceden verticales acantilados, aislados picachos y profundos recovecos horadados por la erosión fluvial, en forma de enormes “marmitas de gigante”.

Cementerio de Sad Hill
De un tiempo a esta parte, los viajeros que se acercan al corazón de los Sabinares del Arlanza han encontrado otro interesante referente turístico: el recuperado cementerio de Sad Hill, famoso por desarrollarse aquí la escena cumbre de la película de Sergio Leone El bueno, el feo y el malo. Situado a los pies de las Peñas de Carazo —entre Santo Domingo de Silos y Contreras— y rodeado de un bosque de centenarias sabinas, es un lugar que evoca los paisajes del lejano Oeste americano.
El lugar se ha convertido, gracias a una asociación cultural y al documental Desenterrando Sad Hill, en un visitado icono para los amantes del género. El enclave forma parte, junto al cercano fuerte de Betterville, de una ruta que recorre las localizaciones de la película protagonizada por Clint Eastwood. Durante la visita es casi obligatorio escuchar la banda sonora del genial Ennio Morricone.
Desde Silos y Carazo se puede llegar hasta Sad Hill caminando o en bicicleta de montaña, aunque su acceso en vehículo a motor es más cómodo dando un rodeo por carretera hasta la localidad de Contreras.



Distancia:
Localidades por las que discurre:

Salas de Bureba

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Por sus distintas floraciones, su rica biodiversidad y la belleza de sus paisajes, el valle medio del Arlanza tiene magia. Un embrujo que se remonta al Paleolítico y se consolida durante la Edad Media, cuando se convirtió en el río mitológico del reino de Castilla.
Por si todo esto no fuera suficiente, en pocos kilómetros se concentran tres joyas patrimoniales de primer orden: las ruinas del monasterio de Arlanza, Covarrubias y el claustro de Silos.

Territorio Neandertal
Hortigüela es el fiel guardián del valle medio del Arlanza. Custodiado por los inconfundibles relieves de la sierra de las Mamblas y la airosa crestería del Gayubar, este pueblo es también uno de los accesos senderistas a las bellas y centenarias dehesas de quejigo de las Mamblas.La carretera se interna con decisión por el estrecho, largo y serpenteante valle abierto por el río Arlanza. Cubierto por un relicto bosque de sabina albar, en sus inaccesibles farallones calizos anida una nutrida colonia de buitre leonado, y no son raros el búho real, el alimoche y el águila real.
También, y con toda propiedad, se puede llamar a este tramo del Arlanza territorio Paleolítico o Neandertal, ya que durante el Paleolítico Medio la zona estuvo habitada por esa especie de hombres extintos que dejaron su huella material en la Cueva Millán y la Cueva de La Ermita. A la primera se puede llegar caminando desde un cruce señalizado a unos tres kilómetros de Hortigüela.Según los expertos, el angosto valle abierto por el río Arlanza entre Hortigüela y el monasterio de San Pedro de Arlanza es uno de los lugares más destacados del mundo para estudiar al extinto hombre de Neandertal y sus contactos, hace unos 45.000 años, con los primeros Homo sapiens llegados a este rincón de la península ibérica.
El enclave más señalado es la Cueva Millán, donde recientemente los arqueólogos han descubierto y bautizado una nueva etapa cultural del Paleolítico Superior: el Arlanziense. Desde hace un tiempo, y debido a la importancia del yacimiento, todo su entorno ha sido cubierto con una estructura protectora.

San Pedro de Arlanza
Tras una curva de la carretera, y en un lugar de especial belleza natural y relevancia histórica, aparecen los restos de uno de los centros monacales más influyentes de la Castilla del conde Fernán González. Las ruinas del monasterio de Arlanza todavía denotan la grandeza de una iglesia románica de finales del siglo XI.
Antes de abandonar el lugar, merece la pena ascender caminando al espigón de San Pelayo, una gran mole rocosa coronada por una arruinada ermita altomedieval, desde cuya cima se divisan las mejores panorámicas del valle del Arlanza.

Fuente Azul
Un poco más adelante, y tras cruzar el primer puente sobre el río Arlanza, es casi obligatorio aparcar el coche e internarse caminando al encuentro de uno de los enclaves naturales más destacados de la zona: la surgencia de Fuente Azul.Aguas abajo del histórico monasterio benedictino, en un recodo de los apretados meandros dibujados por el Arlanza, se esconde el paraje de Fuente Azul. Sus cristalinas y frías aguas se vierten al río por una pequeña grieta vertical abierta en la base de un cantil calizo que cae a plomo sobre el cauce.
Se trata de una surgencia vauclusiana con un pozo de 135 metros de profundidad, explorado por varios grupos de arriesgados espeleobuceadores que se han retado en su investigación.
Hace unos 40.000 años, este mismo lugar era frecuentado por un grupo de neandertales que cazaban y pescaban durante los cortos veranos. Sobre todo, capturaban castores y nutrias para curtir sus pieles en la cercana Cueva de La Ermita.

Covarrubias
Otra parada imprescindible hay que hacerla en Covarrubias. Los sugerentes y erguidos relieves calizos de la sierra de las Mamblas enmarcan el singular perfil de esta villa medieval asomada al río Arlanza. Las siluetas del torreón de Fernán González y de la colegiata gótica presiden un caserío que evoca, en cada rincón, el mítico origen de Castilla.
Hay que perderse por sus empedradas plazas y estrechas calles para disfrutar de una original arquitectura popular en la que predominan las casas con entramados de madera.
Por Covarrubias pasan, además, dos caminos históricos: el del Cid y el de San Olav, vinculados respectivamente al principal héroe castellano y a la princesa Kristina de Noruega. La romántica historia de esta bella mujer, que vivió en el siglo XIII, se recuerda en la contemporánea ermita de San Olav y con una estatua situada frente a la colegiata donde está enterrada.

Capilla de San Olav
Escondido entre riscos calizos, olorosas sabinas y rotundas encinas, el pequeño santuario sorprende por su vanguardista concepción arquitectónica y los originales materiales empleados en su construcción.
Resultan muy llamativos los contrastes entre las cálidas maderas de tonos suaves y las negras chapas de acero, así como entre las redondeadas formas de la capilla y la alta, angulosa
y exenta torre.

Desde Covarrubias, el periplo —siguiendo en este caso el Camino del Cid— continúa hasta Retuerta. De paso, hay que fijarse en los bellos y ancestrales viñedos de los que se obtienen algunos de los mejores vinos de la D.O. Arlanza. Retuerta merece una parada para admirar su arquitectura popular y las últimas carboneras de Burgos.

Carboneros de Retuerta
Retuerta es uno de los últimos pueblos de la provincia de Burgos en los que aún se elabora carbón vegetal de forma tradicional.
Durante buena parte de los siglos XVII y XVIII, los carboneros de Retuerta fueron los principales proveedores de este demandado combustible para la ciudad de Madrid.
Las carboneras u hornos de tierra se alimentan con la leña obtenida —mediante un secular y sostenible aprovechamiento— de los espesos montes de encinas que rodean la población.

Camino de Silos
Otra parada necesaria antes de llegar a Santo Domingo de Silos es la de Santibáñez del Val. En sus afueras, bañada por las aguas del río Mataviejas, se alza la ermita de Santa Cecilia. De finales del siglo IX, constituye uno de los pocos vestigios de la arquitectura mozárabe burgalesa.
Ya en Silos, hay que encaminarse con decisión al encuentro de su famoso claustro románico.
Es imposible quedar defraudado ante una de las cumbres del arte cristiano medieval. El monumento lleva siglos transmitiendo a sus visitantes una mezcla de sensaciones provocadas por la armonía de las formas y el equilibrio entre el espíritu y la capacidad creadora del ser humano.
Y, por suerte, en el monasterio de Santo Domingo de Silos todavía es posible escuchar todos los días el canto gregoriano interpretado a capela por los monjes benedictinos, capaz de devolvernos los ecos de un lejano pasado medieval.

Santo Domingo de Silos
No resulta exagerado afirmar que el claustro románico del monasterio de Santo Domingo de Silos es una de las cumbres del arte cristiano medieval europeo. Tiene dos pisos, su planta semeja un cuadrilátero irregular y sus obras se realizaron entre finales del siglo XI y comienzos del XIII.
A la sombra de su famoso ciprés —plantado hacia 1883 por los monjes franceses que se instalaron en el monasterio abandonado— es fácil imaginar la organización y estructura generales del claustro.
Lo más llamativo es la originalidad de los motivos esculpidos en los capiteles. El repertorio iconográfico alcanza una perfección nunca igualada, especialmente en la serie de representaciones de animales fantásticos. Las fuentes de inspiración de los distintos artistas pueden rastrearse tanto en los elementos decorativos de telas y marfiles orientales como en los manuscritos miniados mozárabes copiados en el scriptorium del propio monasterio.
Entre los ocho relieves que decoran los ángulos del claustro destacan los que representan a los discípulos de Emaús y la duda de Santo Tomás, considerados los más bellos, originales y mejor trabajados de toda la escultura románica.

Desfiladero de La Yecla
Santo Domingo de Silos es también el mejor acceso a La Yecla, una larga, estrecha y profunda garganta abierta en las moles calizas de las Peñas de Cervera. Este interesante enclave geológico se recorre a pie por una serie de pasarelas metálicas desde las que es muy fácil observar la numerosa colonia de buitre leonado que anida en sus cortados rocosos.
Se puede llegar en coche, aunque los amantes del senderismo disponen de un sendero señalizado que parte desde las afueras de Silos.

Cañón del río Mataviejas
De nuevo en Silos, hay que seguir la BU-910 en dirección a Carazo. Son solo siete kilómetros, pero de una singular y casi indescriptible belleza. La carretera se interna en el interior de un largo, estrecho y sinuoso cañón de elevadas paredes rocosas, entre las que crecen retorcidos y, en algunos casos, milenarios ejemplares de sabina albar.
Se suceden verticales acantilados, aislados picachos y profundos recovecos horadados por la erosión fluvial, en forma de enormes “marmitas de gigante”.

Cementerio de Sad Hill
De un tiempo a esta parte, los viajeros que se acercan al corazón de los Sabinares del Arlanza han encontrado otro interesante referente turístico: el recuperado cementerio de Sad Hill, famoso por desarrollarse aquí la escena cumbre de la película de Sergio Leone El bueno, el feo y el malo. Situado a los pies de las Peñas de Carazo —entre Santo Domingo de Silos y Contreras— y rodeado de un bosque de centenarias sabinas, es un lugar que evoca los paisajes del lejano Oeste americano.
El lugar se ha convertido, gracias a una asociación cultural y al documental Desenterrando Sad Hill, en un visitado icono para los amantes del género. El enclave forma parte, junto al cercano fuerte de Betterville, de una ruta que recorre las localizaciones de la película protagonizada por Clint Eastwood. Durante la visita es casi obligatorio escuchar la banda sonora del genial Ennio Morricone.
Desde Silos y Carazo se puede llegar hasta Sad Hill caminando o en bicicleta de montaña, aunque su acceso en vehículo a motor es más cómodo dando un rodeo por carretera hasta la localidad de Contreras.



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